Buenos recuerdos
Hay personas que siempre nos recuerdan de acuerdo al beneficio o malestar que hayamos provocado en sus vidas. Hay personas que evocan nuestro recuerdo porque destruimos o construimos parte de sus éxitos o fracasos. En la vida a menudo caminamos desfaciendo entuertos o provocándolos, quizá, según nuestro estado emocional en el momento crucial.
No siempre somos seres extraordinarios, amables, condescendientes y constructivos. También tenemos nuestros malos ratos. Afortunada o desafortunadamente, la mayoría de las veces nos mostramos tal cual somos, si somos inadaptados o patéticos siempre provocaremos sufrimientos, pesares, pero si somos todo lo contrario, entonces traeremos alegrías y bienestar a nuestros semejantes. Esto es también una ley natural. Hace unos días me habló por teléfono, con la intención de pedirme un consejo, un sobrino postizo; un joven que desde muy pequeño decidió llamarme tío. Él es hijo de una de tantas empleadas que trabajaron en el negocio de mi mamá. Me dio mucho gusto saber de él, ha progresado bastante con el negocio de una imprenta que ahora, después de muchos esfuerzos, es suya. Desde que él era un niño, influí mucho en su manera de pensar; le enseñé a no dejarse manipular, a defenderse siempre que la razón le asistiera, a realizar algunas labores y reparaciones domésticas, a comprender los principios básicos de aritmética elemental y algebra básica, todo lo que en aquel entonces creí prudente y pude enseñarle. Después, su madre dejó de laborar con la mía. Pasaron los años y un día de tantos vino a saludarme, creo que se enteró desde antes de mi condición física, pues no noté sorpresa alguna en él cuando me vio. Me contó cómo es que inició en el negocio de la imprenta, desde que comenzó a trabajar como un empleado, de cuando tuvo la oportunidad de asociarse con su patrón y finalmente, hasta cuando le compró el negocio con todo y máquinas. Me dio gusto, mucho gusto saludarlo, saber de él, y sobre todo, que mis esfuerzos no fueron inútiles.
Hay ocasiones en que, casi sin darnos cuenta, los consejos que damos a los demás obran más en ellos que en nosotros, y esto se debe a que somos muy propensos a dar consejos acerca de lo que nos gustaría hacer para nosotros, y, a veces nosotros mismos, no los llevamos a cabo pero otros si. Esto es un ejemplo de la gran diferencia que hay entre un soñador y un triunfador. El soñador siempre se la pasa haciéndola de zopilote estreñido; es decir, planeando mas no obrando; y el triunfador, actúa, hace, realiza, ejecuta, dirige, traza el camino, tomando las experiencias, las reflexiones y los consejos que considera le puedan servir en un momento determinado y preciso. Él, siempre que puede me agradece mis consejos y viene a saludarme; a mí, me da gusto haber podido orientarlo. Procuremos pues que la gente que se aleja de nuestras vidas nos recuerde siempre con afecto. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.