La avaricia
“Cierto día un hombre santo tuvo la maravillosa oportunidad de sostener una agradable conversación con Dios. En un determinado momento de la misma, el hombre santo le pregunto a Dios: – Señor, ¿me gustaría saber cómo son el cielo y el infierno? El Señor, contemplándolo con su infinita gracia y sabiduría, llevó al hombre santo hacia dos grandes puertas.
Al abrir una de las puertas, el hombre santo miró dentro y en medio del cuarto había una gran mesa redonda. En medio de la mesa había una gran olla de guisado que olía tan delicioso que hizo agua la boca del hombre santo. La gente sentada alrededor de la mesa estaba delgada y enferma y parecían hambrientos. Ellos estaban sosteniendo cucharas con mangos muy largos que estaban atados a sus brazos, cada uno fue capaz de meter la mano en el pote de guisado y tomar una cucharada, pero por causa que el mango era más largo que sus brazos, no podían poner las cucharas dentro de sus bocas. El hombre santo se estremeció ante semejante cuadro de miseria y sufrimiento. El Señor le dijo: –Has visto el infierno. Luego fueron y abrieron la siguiente puerta. Era exactamente igual como el primer cuarto. Había una gran mesa redonda con el gran pote de guisado que hizo agua la boca del hombre santo. La gente estaba equipada con las mismas cucharas de mangos largos, pero aquí la gente estaba bien alimentada y llena de salud, riéndose y hablando. El hombre santo dijo: –No entiendo. –Es simple, dijo el Señor: –Esto requiere de una habilidad. Mira: ellos han aprendido a alimentarse el uno al otro, mientras que los avaros piensan solamente en ellos mismos”.
El verdadero sentido del amor es dar sin esperar nada a cambio. Esto en verdad que nos cuesta mucho trabajo entenderlo, pues también estamos ataviados de determinado rencor, envidia, soberbia, odio, orgullo y avaricia en la vida; sin embargo, es un hecho indiscutible que todos necesitamos de todos. La avaricia conduce también a la discriminación que es una abominable forma despectiva de tratar a nuestros semejantes, pero no olvide nunca que nadie está por encima de nadie. Es cierto, hay jerarquías que marcan diferencias que todos debemos respetar como una forma fundamental de nuestra propia organización social, pero sólo eso y por lo demás, no olvidemos que somos todos iguales ante todos y merecemos respeto. Nunca se deje humillar de nadie, ni permita que le maltraten ni le sobajen. La gente que sólo piensa en sí misma, sólo busca en usted su ayuda, sus servicios, su apoyo, sin nada a cambio. Aunque también es bueno apoyar, servir, ayudar con convicción plena de hacerlo, sin la esperanza de recibir nada. Sólo fíjese cómo, por qué y a quién apoya. En estas épocas de elecciones tenga mucho cuidado, no se deje sorprender o engañar de nadie porque vivaces le van a aparecer muchos, plagados de buenas intenciones, falaces usando su nombre, pidiéndole apoyo o comprometiéndole. Usted sabe, la decisión es solamente suya. Cuántos abrazos y falsas promesas repletas de hipocresía le esperan. ¡Mucho ojo! ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto