Las crisis de la vida
La vida se nutre y se desarrolla gracias a las crisis. Una vida sin crisis es una existencia mediocre, sin sentido. Y el sufrimiento que las crisis conllevan las hace sumamente terribles y muy desagradables. Las crisis existen en todos los niveles humanos, con las mismas cargas de sufrimiento, de frustración y de momentos desesperados; sin embargo, son parte de la batalla, son parte del terreno, y por consiguiente, deben de ser aceptadas, confrontadas y vividas con todas sus consecuencias.
En este sentido, dado que las crisis no respetan ni a ricos ni a pobres y se dan entre los santos lo mismo que en el resto de los mortales y no se detienen para atacar a mujeres ni a hombres, sencillamente es porque son parte de la vida y un inamovible ingrediente del proceso del existir humano. Más aún, continuando por estas mismas reflexiones, es necesario llegar a la siguiente afirmación: es sencillamente imposible crecer interiormente sin pasar por la frustración, la crisis y los momentos de cierta desesperación. Sé que esta afirmación tiene cierto sabor de pesimismo, porque uno de los anhelos infantiles más cotizado consiste en encontrarnos con un señor vestido de rojo, con cabellera blanca y barba hirsuta, con una bolsa llena de juguetes y de soluciones que nos ponga lejos de los problemas y de las situaciones conflictivas. Como en el mito de Odiseo (Ulises en la Odisea de Homero). Cuando al desembarcar en la isla de Circe, el dios griego Hermes le dio una hierba mágica para que lo protegiera de todos los hechizos de la isla y esa hierba milagrosa lo preservó absolutamente de todos los males, ya que sus compañeros fueron absorbidos por las circunstancias maléficas de la isla y quedaron convertidos en cerdos y en animales. En otras palabras, Odiseo quedó preservado de los males y a sus compañeros se los tragó la vida y se los devoró el sufrimiento y la mala suerte. Sin embargo, no puede haber evolución personal ni desarrollo humano sin pasar por la frustración y la crisis. En toda la literatura, la clásica y la universal, no existe un solo héroe, ni un solo protagonista en un relato, cuento o leyenda que valga la pena que no cuente con un hombre o una mujer que no se hayan forjado en las crisis y los sufrimientos. Los héroes de las grandes novelas se encumbran después de haber vencido muchas batallas consigo mismos y con los demás. Los santos y los que ya triunfaron regresan a sus pedestales y a sus tronos después de caminos áridos y polvosos de muchos sufrimientos y muchas frustraciones. Siguiendo por la misma línea de pensamiento, y continuando con los ejemplos que nos da a todas luces la literatura clásica y universal, voy a contarles un relato de la Iliada (famosa obra clásica de Homero) donde el inmortal Héctor se va a la batalla para defender a Troya de los griegos y en imagen perenne se despide armado con metales y el casco de fierro en las manos de su pequeño hijo que no entiende ni las lágrimas ni las corazas de su padre. Y todo esto mientras su hermano Paris renuncia al conflicto y prefiere quedarse tranquilamente, sin problemas, en la cama de Helena la mujer más hermosa del mundo según las consideraciones del gran Homero. Y así Héctor, con el olor del sudor y de la sangre, camina a la inmortalidad, mientras Paris con olores de orquídeas y de esencias se queda a la mitad del sueño en una vida que se antoja sin mucho sentido, aunque sin crisis ni sufrimientos.
Es curioso como el crecimiento biológico va marcando esas etapas de cambio donde para poder avanzar se tiene que sufrir o si no se frena la evolución. En imágenes gráficas vemos a los crustáceos, gladiadores acorazados de los mares cómo al nacer tienen que sacar una pequeña armadura para proteger su piel débil y casi gelatinosa y ya que la piel queda protegida aparece la paz interior y se borra el dolor físico. Sin embargo, si ese cuerpo de tentáculos múltiples quiere crecer, debe sacar un pedazo de carne débil más allá de las corazas para que las aguas del mar a golpe de sal y de dolor le prolonguen la armadura en ese nuevo segmento del cuerpo. Lo mismo acontece en las crisis de la adolescencia y de la vida adulta, donde el avance a los nuevos niveles de la vida supone siempre cierta crisis y cierto sufrimiento para seguir creciendo mentalmente. En este sentido, las crisis son como un cincel puntiagudo que nos va dibujando en el alma una figura de héroe, de santo o de triunfador, cuando se aceptan y se superan; mientras que cuando éstas son evadidas y amortizadas con fugas de placeres, ironías, sarcasmos y burlas, las personas momentáneamente anestesian el sufrimiento pero se quedan a mitad del camino sin evolucionar, sin crecer interiormente y sin dejar huella en sus días. Crezca y no se arrepienta. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.