25 de Noviembre de 2024
 

Panoramas de Reflexión

Conozco el amor

Conozco a muchas personas pobres que regalan sonrisas. Conozco a incontables personas que sufren y comunican alegría. Conozco a personas incomprendidas que saben comprender. Conozco a personas puras que conquistan con mirar. Conozco a personas pacíficas que caminan brindando paz. Conozco personas bondadosas que a todos tienen algo que dar. Conozco personas perseguidas que saben perdonar. Yo conozco a todas esas personas cuyo secreto es amar, amar con intensidad.

Cuantos poetas, religiosos, intelectuales y eruditos han intentado aportar a la humanidad una definición general, completa y profunda de ese sentimiento intenso que está implícito en todos nosotros y que partiendo de nuestra propia insuficiencia, necesitamos y buscamos el encuentro y unión con los demás, porque somos criaturas nacidas y adaptadas para vivir en sociedad. Así fuimos creados, para dar y recibir amor en múltiples, infinitas y variadas formas y circunstancias. Moralmente hemos aceptado vivir bajo un estricto régimen cargado de normas sociales de conducta, encaminadas todas a lograr una convivencia sana y plena, llena de armonía, paz, comprensión y satisfacción mutua. Porque sabemos que no existe otro camino para alcanzar la paz, la comprensión, el afecto, la alegría, la inclinación a hacer el bien a los demás, el perdón y la caridad, que no sea el amor. También se han hecho innumerables clasificaciones sobre el amor. El amor a Dios, el amor al prójimo, el amor fraternal, el amor a nuestra pareja, el amor a los hijos, el amor al trabajo, el amor carnal, en fin. Todo fluye hacia una sola razón. El bienestar pleno interno para poder darlo a los demás; esto es, en forma externa. Cuantas veces nos hacemos “pelotas” tratando de encontrarnos con nosotros mismos, sacudiéndonos de toda esa energía negativa que llevamos dentro, de todo ese orgullo, de esa arrogancia, de esa soberbia, de esa vanidad y orgullo para poder decir tan solo un “lo siento”, “perdóname”, “discúlpame”, “te amo”; para poder expresar ese verdadero sentimiento interno que tenemos guardado hacia los demás. Lamentablemente así disimulamos casi siempre nuestra naturaleza intrínseca, que no está precisamente llena de antipatía o aversión hacia todo y todos los que nos rodean, sino al contrario. Es cierto, somos una dualidad perenne la que conforma nuestra existencia también, y es nuestro deber y obligación preservar un equilibrio que nos permita convivir sanamente con los demás.

            Esto no pretende ser una aportación más a las definiciones de amor ya existentes, yo no soy ni me siento poeta, ni intelectual o erudito, ni mucho menos un sagaz religioso que realice labores proselitistas o de campaña con los demás. Simplemente les ofrezco una reflexión personal que espero retumbe en nuestras fibras más sutiles y sensibles, para que podamos deshacernos de toda esa soberbia, vanidad, orgullo, altanería, arrogancia, hipocresía e ira, y tantas otras más bajas pasiones acumuladas que albergamos en nuestro corazón, y que sacamos a relucir más cuando estamos agotados físicamente o malhumorados. Hagamos un intento real por despejarnos de ellas y así le daremos con esto un mejor valor a nuestra existencia que debería estar siempre llena de alegría y sinsabores. ¿A poco no lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

 

Luis Humberto.



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