26 de Julio de 2025
 

Panoramas de Reflexión

Más de nostalgias Martinenses

 

Cómo olvidar las garnachas de dona Gloria, una señora de edad avanzada que ponía su puesto por las noches sobre el mismo lugar que lo hacía don Toño para vender sus aguas frescas. Doña Gloria tendía cada noche una larga mesa cubierta con un mantel de plástico estampado, y dos candiles hechizos de lámina sobre la misma. Con el anafre a un lado de la mesa, puesto sobre una reja tomatera de madera, preparaba lo que el cliente pidiera.

Dos bancas a cada lado para los comensales, que por lo general era gente de paso, campesinos que habitualmente dormían en el portal Hidalgo o estibadores que descargaban mercancías de los camiones que llegaban al mercado. Fueron tiempos de poca gente, de poco tráfico, noches calladas de luna tierna y calor abundante dominaba el ambiente, cuando yo pasaba por ahí rumbo a la casa de mis sobrinos para jugar. Pueblo poco grande, con dos gasolineras, cinco avenidas y 15 calles que las atravesaban, anchas y vastas todas; unas cuantas colonias, dos o tres, y párele de contar. Un ingenio azucarero del otro lado del puente, trajo un presidente caballero a la región, que daba el principal empuje a la economía local, y cuyo memorable silbato recordaba los cambios de turno a los obreros del lugar. “Sin tiznito no hay dinerito”, dijo alguna vez, muchos años atrás, don Manuel Zorrilla Rivera, siendo gerente del ingenio Independencia, cuando se enteraba que los habitantes del pueblo a menudo se quejaban del tizne que llovía acariciando los tejados y las calles en plenas épocas de zafra. En realidad, un bello pueblo para tan poca gente de aquel entonces. Todo era miel sobre hojuelas, con nulos y hasta escasos disturbios y actos de delincuencia esporádica debido a la estricta vigilancia comandada por el gran general, José Bernardo Reyes Esquivel, no como ahora, que la transgresión con inmunidad e impunidad y la corrupción, borbotean hasta derramarse en las entrañas del mismo pueblo sin que a nadie le importe. Del pueblo aquel quedó plasmado en la memoria de algunos cuantos que aún se atreven a recordarlo con alegría y añoranza. Tiempos que se pierden en el recuerdo de las calles desoladas y macabras leyendas nocturnas que abruman el pensamiento de chamacos inquietos y señoras miedosas. Añoranzas que se pierden con el abundante trajinar del trabajo diario y pesaroso de hogaño que no deja tiempo para convivir. Nada es igual, todo cambió y se fue con la nostalgia de algunos pocos. Recuerdos que se evaporan porque los jóvenes de hoy no apetecen de provechosa literatura universal, mucho menos local, plagadas de valiosa información que valdría la pena conservar.

Si la historia pudiera atesorar aquellos momentos de cada cual en la recordación universal de los tiempos, tendríamos una mejor visión de los efluvios que irradiaron los grandes y portentosos pensamientos de genios perdurables, que han forjado y allanado el cómodo suelo que algunos todavía estamos pisando; bueno, yo no tanto. Después de todo, somos historia. Los recuerdos fluyen vertiginosamente en la mente y son más rápidos que el pensamiento que los estructura y da forma para poder contarlo, redactarlo, plasmarlo y entregárselo a usted amigo lector. El pedacito que a mí me tocó vivir de las asombrosas andanzas de aquel pueblo quieto, son añoranzas atesoradas en mi mente y en mi corazón, porque de aquello, sólo los recuerdos quedan. O ya ni eso. Que tenga un buen día.

 

Luis Humberto.



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