La mentira
Desde tiempos inmemoriales nos hemos acostumbrado a mentir por innumerables razones, y una de ellas es tal vez por no incomodar a las personas con quienes convivimos; otras veces, por no dar explicaciones a nadie en situaciones comprometidas, otras, por el simple gusto de mentir. Y por muchísimas otras razones más, que sería imposible enumerarlas todas. El caso es justificar la mentira para tratar de justificar nuestro constante y penoso proceder: mentir.
Tal vez hemos olvidado que no se puede justificar lo injustificable, porque entonces estaríamos aceptando mentir, ser mentirosos, y esto es precisamente lo que no queremos en apariencia, que nos tilden de mentirosos. Usamos frecuentemente mentir y mentimos al pretender justificar una actitud recta e intachable. Vivimos en una sociedad de doble moral. Luego entonces no actuamos como pretendemos aparentar. Y es que la conciencia es el otro yo que vive en nuestro interior, el que compara, se cuestiona y dialoga permanentemente con el yo externo, o la máscara social que siempre mostramos a los demás. Su existencia es indudable, porque todos sin excepción parecemos estar divididos en dos, el ser y el no ser. Cuando no hay unidad de criterios entre estas dos instancias de nuestro mundo, la indecisión produce un conflicto interno y no poder salir del conflicto es una verdadera neurosis. Por esta razón todo ser humano tiene que optar libremente en cada instante de su vida, entre ser o no ser él mismo, es una elección ineludible, su condición y su tragedia, y esta elección es la que definirá irremediablemente su destino, ser o no ser. Tengo un buen amigo que cuando nota que alguien le miente, le responde repitiendo el conocido palíndromo que se escucha en los corrillos de las salas de espera o los pasillos de la elite política, “¿Somos o no somos?”. Es prudente recordar aquí que basta tan sólo una mala acción que alguien nos observe, o una mala palabra que exprese un comentario de mal gusto, y lo propague, para que por mucho tiempo seamos recordados por esas malas palabras o acciones. Y hace falta mucho más tiempo de actuar con cordura y recato, honestidad y modestia, por convicción propia, equilibrando la unidad de criterios en nuestro interior, para que seamos reconocidos por los demás como seres prudentes y de buen juicio, confiables, honrados y leales. Es verdaderamente difícil salir victorioso, triunfante de esa lucha interna que nos envuelve a todos.
La mentira, mentir, por ninguna razón, por piadosa y prudente que sea, se justifica. A veces creemos mantener la razón, olvidando que la inteligencia se convierte en estupidez cuando se cree poder hacer lo que no se puede y no se debe. Tratemos pues de ser sinceros y honestos con los demás, cargados, pletóricos, de valores cada día más perdidos que nunca. Luchemos por un mundo mejor, más confiable y armonioso para los demás y sobre todo, para nosotros mismos. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.