25 de Noviembre de 2024
 

Me caí del mundo y no sé cómo se entra

Luis Humberto

 

 

(Segunda y última parte)

 

            “¡Guardábamos las tapas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Todo guardábamos!

 

            Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa, porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios!, Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso en los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de Navidad, y las páginas del almanaque para hacer cuadros, y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas, y los fósforos usados porque podíamos prender una hornilla de la Volcán desde la otra que estaba prendida, y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'. Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa. Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney! Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour. Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado”.

 

            Eduardo Germán María Hughes Galeano nació en Montevideo, el 3 de septiembre de 1940, más conocido como Eduardo Galeano; fue un periodista y escritor uruguayo, ganador del premio Stig Dagerman, y fue considerado como uno de los más destacados escritores de la literatura Latinoamericana. Sus libros han sido muy traducidos. Sus más conocidos son: “Memoria del fuego” (1986) y “Las venas abiertas de América Latina” (1971), y han sido traducidos a veinte idiomas. En sus trabajos trascienden géneros ortodoxos, combinando documental, ficción, periodismo, análisis político e historia. El mismo dijo: "Soy un escritor que quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América, pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable". Fallece el 13 de abril del 2015. Entre sus obras, nos dejó este excelente ensayo que me permito compartir con ustedes para mostrarles más evidencias y rechazos hacía la nefasta era del consumismo por la que estamos atravesando hoy en día, gracias a la mezquina colusión de diversas y fuertes fuentes de oligarquías y monopolios que dominan actualmente la economía y al pueblo, desechando también valores que ni las generaciones actuales conocen. Hagamos algo al respecto. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.



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