El pasado viernes se realizó la ceremonia de conmemoración del gobernador Agustín Acosta Lagunes, a tres años de su fallecimiento. Junto con el doctor Javier Duarte de Ochoa, los representantes de los otros dos poderes del estado y buena parte de la clase política local, estuvieron presentes su esposa doña Esperanza Azcón, su hijo Agustín y sus dos nietos.
Van algunas estampas del evento:
1. El acto se celebró en un lugar ideal: el Museo de la ex Hacienda de El Lencero, propiedad que fue del polémico xalapeño Antonio López de Santa Anna y que don Agus rescató para la historia, convirtiéndolo prácticamente en un museo de sitio.
2. El gobernador Javier Duarte de Ochoa es un político que sabe jugar billar y ajedrez, y por eso hace carambolas de tres, cuatro y hasta cinco bandas, y plantea estrategias que implican movimientos posteriores de sus piezas. Por eso hay que saber escucharlo, pero sobre todo hay que saber interpretarlo. Para ese evento importante mandó dos mensajes: uno -recordando seguramente a McLuhan: “El medio es el mensaje”- al enviar a su Coordinador de Comunicación Social a que leyera el discurso oficial, y dos, cuando el orador subió a la tribuna para recordar a don Agustín pero al mismo tiempo reafirmó la plataforma del proyecto duartista: liderazgo, firmeza, orden administrativo, permanencia y coordinación en el combate a la delincuencia, cercanía con el presidente Peña Nieto.
3. La rectora Sara Ladrón de Guevara habló en nombre de la familia Acosta y dijo un discurso más académico que emotivo. Como ya es costumbre en su actuación, pierde una oportunidad y aprovecha la otra.
4. Oído y visto poco antes del evento (con perdón a las damas y/o los oídos castos, por el lenguaje singular):
—¡Déjalo pasar, güey! —una camioneta grande, blanca, polarizada, está detenida en la entrada de la Hacienda; frente a ella, casi tocando el cofre, la mano enhiesta, un agente de tránsito impide el paso al vehículo—. ¡Que lo dejes pasar, cabrón!
El agente no se mueve un centímetro, voltea a ver al compañero que le grita, a los otros guaruras, y responde convencido:
—Me vale. A mí me ordenaron que no dejara pasar a nadie. ¡A nadie!
El grito se hace general, todos los que están afuera le advierten, lo amenazan -de la camioneta sólo emerge un silencio prudente- hasta que cede el paso. El compañero se le acerca y le contesta a la pregunta de por qué tenía que dejarlo pasar:
—¿No viste que el que venía en la camioneta era el Dos, cabrón? ¡A ver si no te corren del empleo!
5. Dante Delgado y el jefe de prensa de la UV Raciel Martínez llegan con su idéntica estatura, ropa similar y el mismo corte de pelo (o la misma ausencia de él), y se confunden. Por eso algunos saludan a Raciel pensando que es Dante y muchos saludan a Dante pensando que es Raciel.
6. “Si Veracruz es un dolor de cabeza para usted, Presidente, aquí está su Mejoral”, recuerda Alberto Silva.
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