24 de Noviembre de 2024
 

Panoramas de Reflexión

Luis Humberto

 

 

Rutina

 

            “Estoy cansada de trabajar y ver todos los días las mismas personas en mi camino; pasar horas trabajando. Llego en mi casa y mi marido siempre del mismo modo, con la misma actitud, la misma comida para la cena. Entro al baño y enseguida él comienza a reclamar.

 

            Quiero descansar y ver mi novela pero mis hijos no me dejan, porque quieren jugar conmigo, y conversar. No entienden que estoy cansada. Mis padres también me irritan algunas veces. Y entre el trabajo, marido, hijos, padres y el cuidado de la casa, ellos me vuelven loca. "Quiero Paz". La única cosa buena es dormir. Al cerrar mis ojos, siento un gran alivio, me olvido de todo y de todos. Al dormir... —"Hola, te vine a ayudar". — ¿Quién eres?, ¿Cómo entraste? —"Soy un siervo de Dios. Él dice que escuchó tus quejas y que tienes razón". —Eso no es posible, para eso yo debería estar... —"Correcto, lo estás. Ya no te preocupara más el ver siempre las mismas personas, ni aguantar a tu marido con sus reclamos y su actitud, ni tus hijos que te irritan, ni tendrás que escuchar los consejos de tus padres y no tendrás más una casa que cuidar". —Pero ¿Qué acontecerá con todos, con mi trabajo, mi casa? —"No te preocupes. En tu trabajo ya contrataron otra persona para tu lugar y ella ciertamente está muy feliz porque estaba sin trabajo". — ¿y mi marido, mis hijos? —"A tu marido se le dio una buena mujer que lo quiere bien. Lo respeta y lo admira por sus cualidades. Acepta sus virtudes y sus defectos y todos sus reclamos. Además de eso, ella se preocupa por tus hijos como si fuesen de ella. De verdad, tiene una devoción muy grande ya que es estéril. Por más cansada que llega del trabajo, dedica tiempo para jugar con ellos y para hacer feliz a su marido. Todos están muy felices". — ¡Pero yo no quiero eso! —"Lo siento mucho, la decisión ya fue tomada". —Pero eso significa que ya no volveré a besar el rostro de mis hijos, ni decirle "yo te amo" a mi marido y mostrarles cuan importantes son en mi vida. Ni dar un abrazo a mis padres. ¡No, no quiero morir, quiero vivir! Envejecer junto a mi marido, hacer ese viaje que hace mucho lo planeamos, vestirme con aquella ropa que compré hace más de un año, llevar a mis hijos al paseo que siempre prometí. No quiero morir todavía. — "Pero era lo que tu querías, descansar. Ahora ya tienes tu descanso eterno, duerme para siempre". — ¡No, no quiero, por favor, Dios! — ¿Qué pasó amor, tuviste una pesadilla? Dice mi marido al despertarme con paciencia y muy cariñosamente. —Sí, una pesadilla horri... Paré la frase a la mitad, miré en su rostro, su semblante preocupado conmigo, ahí junto a mí, y entonces, sonriendo le dije: —No mi amor, no tuve una pesadilla, tuve un encuentro con Dios que me adora, y que acaba de darme una nueva oportunidad”.

 

            La historia anónima de esta atribulada mujer nos demuestra que desafortunadamente casi siempre tenemos que padecer alguna desventura, algún evento desagradable que nos permita valorar lo que tenemos, lo que hemos logrado a nuestro alrededor, para sacar de nuestra fuerza interior nuevos arrojos y continuar luchando en y por la vida. No tenemos de otra, eso lo sabemos en demasía. Es inherente a nuestra esencia. Yo incluso he tenido que padecer muchas necesidades para valorar lo que me rodea. Recuerde que amar y ser amado por alguien es lo que nos aproxima al Creador y después de todo estamos mejor que si estuviéramos peor así que no se queje, mejor sigamos siempre adelante. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.



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