Luis Humberto
Pasión crepuscular
Es un hecho que aunque se dan cambios de actitud ante la vida y ante los demás porque la gente lucha contra la negatividad y el pesimismo para convertirse en personas imbatibles, exitosas y positivas, algunos rincones del alma se siguen manifestando en forma igual y parecida al pasado.
Las personas melancólicas, cuando intentan el cambio personal, logran sentirse renovadas y diferentes, aunque después de días vuelven a sentir la tentación y la inercia de la tristeza de siempre que los jala hacia la depresión. Muchas personas, por temperamento y por herencia genética, sin pretenderlo sienten que una fuerza interior los lleva a una melancolía pesada que los acompaña desde que nacieron y que solamente los abandonará cuando mueran. Sin embargo, cuando esta tristeza larga y prolongada a través de los años se hace dulce y manejable, cuando se comprende, se ama y se le controla con actitud de aceptación, de amor y de positividad, se logran algunos cambios temporales. Aunque estas partes del alma melancólica no cambiarán; nadie podrá quitarles su pasión por el crepúsculo, nadie les desvanecerá la noche ni el sentimiento de soledad que se les va clavando dentro de la piel. Ese sentimiento crepuscular no se diluye con un Valium ni se domestica con psicotrópico, ni con químicas artificiales; sencillamente se hace poesía y creatividad cuando se acepta y se aprende a vivir pacientemente con él. La actitud esencial de las personas melancólicas debe ser la de la aceptación de los rasgos genéticos que no podrán cambiarse ni con el paso del tiempo. No se trata de oponerse y luchar contra la tristeza, sino de observarla y aceptarla pacientemente. Ellos lo saben mejor que nadie; cuando los niños se oponían desesperadamente contra ese rasgo del temperamento, acababan deprimidos en algún rincón del patio de la casa o encerrados entre las cuatro paredes de su cuarto; se resistían a una sensibilidad heredada de familia y muchas veces se hundieron en el odio y en el resentimiento. La solución no está en la guerra contra los genes que la herencia determinó para cada quien, sino en el aprender a vivir pacientemente con lo que nos disgusta de nosotros mismos y que allí estará hasta el último respiro.
Conocí a un amigo que sufría hasta el agotamiento de las angustias del alma melancólica y me comentaba que no quería que nadie le arrebatase su sentimiento crepuscular, que nadie se atreviera a domesticarle su tristeza y su soledad; prefería, mil veces, sufrirla y hacer de ella la gran fuente de la creatividad, justamente como aquella ostra que, lastimada y dolida por la arenilla incrustada en la carne viva, prefería cerrarse y vivir el dolor en silencio, para hacer del sufrimiento una perla preciosa. “Sin embargo (me contaba recordando con detalle), una tarde, de invierno, al mirar las hojas amarillas de los árboles y amontonadas en los rincones y desparramadas entre la hierba seca, entendí toda la belleza del otoño, sentí que era mío, más que la primavera y acepté esa tristeza que me dio la vida, la amé, mientras me llegaba una inmensa paz sobre el alma, los árboles y el pasto”. Entiendo, en otras palabras, que el cambio de actitud ante la propia melancolía si produce una transformación en la forma de vivir la vida, aunque ésta tenga aristas que no desaparecerán nunca. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.