Luis Humberto.
Los contrastes de la vida
Mi cuñado Samuel, el guapo como le digo yo, me contó algunas historias para reflexionar al respecto de la vida misma; anécdotas atractivas que pueden ofrecernos una lección de vida. Quizá a mucha gente no le guste lo que yo escribo pero sé que a mucha si le gusta y me pide que les platique relatos como estos. En la vida siempre nos encontramos algo así como un cincuenta por ciento de los que nos rodean a quienes les caemos bien, y el otro cincuenta por ciento son personas a las que les caemos mal. No vamos a preocuparnos por ello, después de todo y a pesar de nuestros esfuerzos, jamás estaremos bien con el cien por ciento, eso es una ley universal.
Pues bien, como les decía, Samuel, quien en estos días ha estado un poco enfermillo, me comentó que un día estaba afuera de su casa descansando después de “tanto trabajar”, cuando llegó un niño vendiendo tamales con una olla de peltre en la mano. Como mi cuñado es muy relajo, le preguntó al niño si no fiaba; el niño le contestó – ¿cuántos quiere usted?, quizá no almorzó. Mi cuñado le contestó –no fíes a nadie porque hoy en día ya nadie paga. El niño cariñosamente le dijo –le dejo dos tamales, yo a veces me los como. Mi cuñado siguió vacilando al niño y le preguntó si estudiaba; el niño le contestó –curso la escuela secundaria señor, voy en primero. – ¿sabes contar hasta cien? –Sí, hasta más de mil, le contestó el niño –entonces ya eres rico; nada más junta mil bolsitas de a mil pesos y ya eres millonario. El niño se rió y se fue. La bondad y la sinceridad en los niños es más común que en nosotros los adultos, que admirable sería que todos pudiéramos conservar esos valores por siempre. Es una lástima que cada vez la dignidad de tener honor y respeto hacia los demás, se va perdiendo con las nuevas tendencias sociales. En otro orden de ideas, muchos jóvenes se preparan y tanto estudiar para que después venga la realidad. ¿Cuántos profesionistas fracasan debido a la falta de oportunidades, y tienen que colgar sus títulos profesionales para dedicarse a otras cosas muy distintas a lo que estudiaron? En otra ocasión me platicó que conoció a un joven durante un viaje en autobús, y platicando le dijo –me regreso temprano porque hoy no hubo trabajo. Le ofrecí trabajar conmigo para limpiar un terreno que tengo, –te ofrezco ciento ochenta pesos diarios, le dije; sus ojos brillaron y aceptó de inmediato. Ya trabajando en el terreno, un día el calor estaba tan sofocante que le invité unos chicharrones; compré tortillas, chiles y unos refrescos. Cuando estábamos comiendo le pregunté – ¿tú no estudiaste?” y me contestó –sí señor, soy ingeniero pero en nuestro país el que no tiene quien lo recomiende no tiene trabajo. Una vez busque trabajo de maestro pero me pidieron ciento ochenta mil pesos por una plaza. ¿Dónde los agarro?, me dijo. Fíjese, un día que llegué a la casa, mi esposa me dijo que la niña estaba muy enferma, fui a ver a mi vecino que es cortador de limón y me ofreció setenta pesos prestados porque era lo único que tenía. Era tan grande mi angustia que también se ofreció a acompañarme a Martínez. Salimos a las dos de la mañana a la carretera, tanta fue nuestra suerte que al poco rato pasó un taxi cuyo conductor se apiado de nosotros; le platicamos nuestra suerte y el capital que traíamos que nos dijo –súbanse, por lo del viaje no se preocupen que aquí hay que hacerle al Robin Hood, si se puede, le cobramos más a los ricos para ayudarnos entre los pobres. Llévenla al Seguro Social, nos dijo el taxista, expliquen el problema y ojalá tengan suerte. Así le hicimos, atendieron a la niña y no nos cobraron. A la fecha, no he podido pagarle a mi vecino el dinero que me prestó. Otro día lo fui a buscar para pedirle que me permitiera ir con él al corte de limón, conociéndome que no me dedicaba a eso me dijo –No amigo, no vas a aguantar, la jornada es muy pesada. Yo le dije que si él aguantaba, aguantaba yo. Ese día me fui con él al corte, al principio regresaba a la casa con calentura. Entonces le interrumpí, me dijo Samuel. – ¿Por qué no sigues insistiendo en tu profesión? Y él me contestó –Señor, gracias por el almuerzo; no había conocido algún patrón que me invitara a almorzar durante el trabajo. Ayer, cuando fui a cortar naranja, se me ocurrió comerme una delante del patrón y me dijo –te voy a pagar con dinero no con naranjas. Que feo es tener hambre, pensé, si me como una naranja el patrón no se va a quedar pobre. Pobre del patrón, pobre porque es tan miserable que su riqueza es más dura que tener hambre.
– ¿Cómo la vez?, me preguntó mi cuñado. En una ocasión les dije que la vida está llena de contrastes y que no tratemos de entenderla porque nos volveremos amargados. De hecho, ya estamos llenos de amargura al ver tantas y tantas injusticias. Pero muchas veces también se tiene precisamente lo que se busca. Es cierto que no hay muchas oportunidades de trabajo justas para quien las merezca, pero también hay mucha gente que busca trabajo pidiendo a Dios no encontrar. Pareciera que no hay un equilibrio en esto. Nosotros somos los que debemos buscar con ahínco, con empeño, tesón y constancia, oportunidades que nos permitan desarrollarnos profesionalmente. La vida está llena de preguntas sin respuesta, y de cada una surgen otras tantas que no nos alcanzaría la vida para responderlas. Acertando y errando caminamos por ella, buscando la felicidad, sin darnos cuenta que la tenemos a un lado. Seamos agradecidos. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.