Solastalgia
La naturaleza de nuestra especie, cada vez más y más dinámica, es reconstruir paisajes que satisfagan nuestras necesidades y deseos, pero la escala y el ritmo de la transformación del siglo XXI no tiene precedentes. La población mundial se acerca rápidamente a los 8000 millones de habitantes y, en consecuencia, los seres humanos alteramos descomunalmente el planeta mucho más que en cualquier otra época.
No dejamos de deforestar, de emitir bióxido de carbono y de echar sustancias químicas y plásticos en la tierra y el agua. Se los he comentado cada vez que puedo. Los estragos son muy simples: olas de calor, incendios devastadores en temporadas cálidas, marejadas ciclónicas, glaciares que se derriten, incrementos del nivel del mar y otras manifestaciones de la destrucción ecológica. Todo esto provoca una perturbación política, logística y financiera. También, retos emocionales que solemos ignorar. La revolución industrial supuso cambios radicales en los paisajes debido a la expansión de las metrópolis, los ferrocarriles y las fábricas en ciernes. Se talaron algunos valles para abrir paso a la agricultura y alimentar las florecientes industrias. “Si al lenguaje le falta la riqueza para permitirnos describir y entender de forma adecuada todos estos fenómenos que provocamos en la naturaleza, entonces tendremos que crear palabras”, expresó Glenn Albrecht, profesor de estudios ambientales emérito de la Universidad Murdoch en Australia Occidental, y miembro honorario de la Facultad de Geociencias de la Universidad de Sydney, Australia, quien acuño el término “Solastalgia” a principios de este siglo para describir el trastorno emocional que provocó la explotación minera en el Valle de Hunter al sureste de Australia. La palabra se difundió por Internet para describir la pérdida de algo querido debido a los cambios ambientales. La región del Valle de Hunter fue ampliamente conocida por sus bucólicos campos de alfalfa, ranchos de caballos y viñedos. La extracción de carbón siempre había sido parte de la economía, pero aumentó en respuesta a la demanda global y el desarrollo de nuevas tecnologías de extracción, que propiciaron la proliferación de instalaciones mineras en todo el valle. Se describieron explosiones que causaban temblores, ruidos constantes de maquinaria, brillo inquietante de las luces de la obra que iluminaban la noche, capas de polvo negro invasivo que cubría las casas por dentro y por fuera. Les era preocupante el aire que respiraban y el agua que tomaban. Sus hogares se les iban de las manos y se sentían impotentes frente a la destrucción. Las minas se iban extendiendo y los habitantes sabían que las minas eran el origen de su angustia, pero se les dificultaba encontrar las palabras precisas para expresar sus sentimientos. “Era como como si experimentaran algo similar a la nostalgia por su hogar, pero ninguno se había mudado”. Glenn Albrecht concluyó que era que el deterioro físico del valle minaba el solaz que este trasmitía a sus habitantes. Así que, conforme las minas agrisaban el hasta entonces verde paisaje, Albrecht nombró al sentimiento que los residentes describían como “solastalgia”, el dolor de perder el solaz del hogar. El concepto solastalgia parece marcar una nueva frontera en nuestra relación con el medioambiente, pues reconoce esa extraña mezcla de emociones que cada vez más personas sienten frente al cambio irreconocible de paisajes familiares. Todos sabemos que los seres humanos modificamos el planeta, pero en esta palabra nueva hay una traza de cómo esos cambios nos están modificando.
Los martinenses de hoy tal vez ni en sueños hemos padecido algo similar, pero si quizá los martinenses de ayer que gradualmente se iban acostumbrando a los cambios que trajo la industria azucarera al instalarse el ingenio Independencia, y todas las construcciones que fueron necesarias, como el puente, para su completo funcionamiento. La gente de ayer sabía del progreso y desarrollo que esto traería como consecuencia, y la derrama económica en la región lo justificaba, pero la tranquilidad, el solaz que disfrutaban se fue extinguiendo con el paso de los años. Se fueron adiestrando a barrer diariamente el tizne que todos los días quedaba frente y al interior de sus casas, y quizá semanalmente a limpiar sus tejados por el mismo motivo. Se acostumbraron también al sonido ensordecedor en la casas cercanas a la fábrica, a la basura que dejaba la caña triturada por los camiones en el pavimento de las calles y avenidas, al silbato que anunciaba los cambios de turno día y noche. Qué ironía, para muchos de nosotros hoy es una nostalgia, un recuerdo con agrado que no volverá. Así somos, pero seguiremos padeciendo y perdiendo los bellos paisajes que hoy todavía disfrutamos, mientras haya progreso y desarrollo que al igual nos pasa la factura con más emisiones de bióxido de carbono que vuelven menos habitable nuestra casa común, el planeta. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.