El día en que se desvíe de su camino afectará toda su familia. Nada comparado con la felicidad a partir de entonces. Todo ser humano busca inherentemente a su vida misma la felicidad; sin embargo, ésta es subjetiva. Para alguien la felicidad puede estar sumergida en el trabajo, mientras que para muchos este último puede resultar aberrante. La vida misma es un contraste de contrastes, por eso además de bella es tan complicada.
Todos tenemos la libertad plena de decidir qué hacer con nuestra existencia. Elegir las opciones disponibles es menester de cada quien. Establecer nuestra “santa” voluntad, la mayoría de las veces no gobernada por la razón, sino por el voraz apetito, antojo o capricho que dicta nuestro gusto y placer, puede ser el resultado de nefastas consecuencias, mientras que el uso de la razón puede significar todo lo contrario. No obstante, es nuestro libre albedrio el que determina siempre nuestro proceder aunque también siempre íntimamente unido a sus consecuencias, pues debemos recordar que no estamos solos, sino que estamos rodeados de otros seres que también gozan de la misma libertad. Este hecho es fundamental para entender que la libertad del hombre no puede ser ilimitada, porque la existencia de otros hombres libres se lo impide. Pero prosiguiendo con lo anterior, las consecuencias a las que me refiero no necesariamente se manifestarán de inmediato sino que se harán efectivas en algún momento, acentuadas gracias a la propiedad que tienen los actos relacionados para combinarse entre sí y formar un hecho aún más complejo. Esta afirmación se apoya en la ley de la Entropía que postula que todos los sistemas en la naturaleza tienden a transformarse con el tiempo, de un estado ordenado a un estado desordenado e irreversible. En este sentido se puede justificar la filosofía Taoísta de la importancia de la inacción para evitar los efectos, porque él sólo aletear de una mariposa en un continente podría producir en otro un huracán. De modo que podríamos esperar que toda acción ordenada ayude a mantener el orden en un sistema, mientras que todo desorden colabora para favorecer el caos o la entropía. La juventud no ha vivido demasiado como para corroborar por sí misma el implacable cumplimiento de esta realidad, porque no pueden creer que exista una relación entre sus acciones individuales y los demás hechos aparentemente independientes, fuera de él. No se trata de hechos que tengan que ver con la represión de las fuerzas policiales frente a un delito, sino de situaciones que aparecen como fortuitas y que comienzan a ocurrir dentro del campo de influencia de un sujeto, ni bien éste actúa. Si observáramos con atención cada uno de los acontecimientos que suceden detrás de cada una de nuestras acciones, nos daríamos cuenta lo increíblemente real de estas afirmaciones, sin necesidad de hacer un juicio de valor, porque cualquier suceso produce consecuencias, ya sea bueno o malo. La sabiduría de las personas mayores se basa en este conocimiento. La vasta experiencia en gran parte les ha develado este secreto de la realidad que para muchos todavía sigue siendo un misterio o el resultado del azar. Existe otra razón importante que limita nuestro libre albedrío y es la existencia de una instancia natural dentro de nosotros mismos que es la conciencia. La conciencia es el otro yo, el que coteja, se cuestiona y dialoga permanentemente con el yo externo, o la máscara social. Su existencia es indudable, porque todos sin excepción parecemos estar divididos en dos, el Ser y el No Ser.
Cuando no hay unidad de criterios entre estas dos instancias de nuestro mundo psíquico, la indecisión produce un conflicto y no poder salir del conflicto es una neurosis. Por esta razón todo hombre tiene que optar libremente en cada instante de su vida, entre Ser o no Ser él mismo, es una elección ineludible, su condición y su tragedia, y esta elección es la que definirá irremediablemente su destino. No use las cosas para deleitar su corazón, mejor use su corazón para disfrutar de las cosas. Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.