George Washington, Primer Presidente de los Estados Unidos de América, dijo alguna vez: “Espero que siempre posea suficiente firmeza y virtud para mantener lo que consideró el más envidiable de todos los títulos: el carácter de un hombre honrado”.
Y es que la honradez, esa virtud tan escasa en estos tiempos en los que reina la corrupción por doquier en todos los ámbitos y en todos los niveles, es la marca del triunfador. Sin ella no se puede tener éxito verdadero. La honradez no puede existir a medias; o se es honesto a carta cabal, o se es deshonesto. Es como el embarazo, o existe o no existe. Ninguna señora puede estar medio embarazada. Ninguna persona puede ser medio honrada. La honestidad representa una ventaja para quien la posee, pues hay pocas personas honradas. Es curioso, pero incluso las personas deshonestas prefieren tratar con personas honestas. William Shakespeare, un dramaturgo inglés dijo: “Ningún legado es tan rico como la honestidad”.
“Frases que cambian vidas”, un libro de Luis Castañeda, editado por Editorial Panorama, presenta esta y muchas otras reflexiones más que nos hacen pensar en los valores perdidos que tanto anhelamos todos, incluso quienes no los practican, pues también ellos desean encontrarlos en los demás. Parece curioso pero no lo es tanto, puesto que mucha gente prefiere la vida desobligada, a tener que practicar los pequeños esfuerzos adicionales que exigen la atención y el respeto por los demás. Mire usted, cuando se hace un trato tácito con alguien, y por alguna razón una de las partes no puede cumplir con la parte que le corresponde, es menester tener el valor de dar la cara con respeto y honestidad y deshacerlo, en vez de callar como el común de la gente lo hace. Por ejemplo, esta práctica es muy frecuente en la gente que solicita trabajos domésticos en casas habitación o en pequeños comercios, donde en muchas ocasiones no les piden más que su nombre completo, su dirección, un teléfono celular y algunas recomendaciones de empleos anteriores; y quedan muy formales de presentarse a trabajar al día siguiente y no lo hacen, sin notificar porque no se presentaron. Tal vez les parezca muy redundante pero el común de esa gente acostumbra realizar estas prácticas informales, carentes de valor y honestidad. Sin embargo, se molestan y hasta se ofenden cuando alguien los trata de igual manera.
No cabe duda que andamos muy mal que necesitamos urgentemente, pero a la voz de ¡Ya!, cambiar nuestra manera de pensar y de actuar para con los demás, pues como este ejemplo existen múltiples y variadas formas de no ser honesto con los demás, lo cual parece ya una tendencia demasiado generalizada en la sociedad actual que debemos modificar a toda costa, tal vez invitándonos e invitar a los demás a modificar su actitud y procurar lo mismo con la nuestra. Deberíamos de empezar todos en respetar a los demás si queremos que nos respeten también. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.