Siempre es agradable saludar a un buen amigo al cual no se le ha visto durante mucho tiempo. Se siente una verdadera emoción producida por la inmensa alegría y gusto de volver a verlo. Les digo esto porque hace unos días me visitó un gran amigo, un amigo a quien mi mamá apreció mucho. Un amigo con una calidad humana extraordinaria. Mi madre tenía un carisma innato y una habilidad excepcional que le permitía hacer y conservar muchos amigos, y si no me creen, que lo digan sus propios amigos.
Cuando un amigo llega a nuestra vida en momentos difíciles, por lo general siempre llega haciéndonos un favor que nosotros valoramos como inalcanzable de pagar; es decir, con nada pagamos el gran favor que nos llegan a hacer. Es gente de bien que sabe que necesitamos de una mano amiga en un trance que es difícil de superar y que, con sus conocimientos o sus relaciones, nos ayudan a sobresalir la adversidad sin mucho pensarlo. Esos son los verdaderos amigos, los que están conscientes que es mejor dar que recibir. Ojalá así podamos llegar a ser todos para que haya siempre armonía y bienestar entre nosotros, y el concepto de “enemigo” se erradique por siempre del planeta. De esos amigos existen muy pocos. Siempre tenemos amigos de parrandas, de juego, compañeros de estudio, de trabajo o de algún club. Me refiero a personas que conocemos siempre en reuniones sociales o en otros lugares y que convivimos muy poco con ellas, sin preocuparnos en verdad por cultivar su amistad, y ellos hacen lo propio. Nos hacemos “conocidos”, coincidimos en una que otra parte y empezamos a entablar alguna que otra conversación que nos conduce a convivir con ellos, pero sin que esto llegue a trascender mucho en realidad. Mi mamá me decía cuando era niño que un amigo es como una plantita que tiene una flor. Si cuidamos la matita, le abonamos bien la tierra y la regamos de agua constantemente, poniéndola y quitándola del sol para que esté siempre hermosa y, en fin, si le damos un buen cuidado, la flor permanecerá radiante y bella. Bella como las amistades que debemos conservar y cultivar siempre para evitar que mueran. Desafortunadamente, hay flores que mueren a pesar de nuestros cuidados o porque omitimos darles lo que desean o necesitan para conservarse radiantes. Reciben otras influencias como las plagas que afectan a las plantas y que muchas veces son la envidia, los celos y otras muchas causas ajenas todas a nuestra voluntad para mantener viva una buena relación. Las personas que condicionan su amistad, fingen esa amistad, nunca nos la brindaran puesto que no la tienen, no la sienten y, por lo tanto, no pueden dárnosla. He perdido muchos “amigos” así, de pronto dejan de buscarme porque no han obtenido lo que jamás me dijeron que pretendían. Esos no son amigos, son buscadores de oportunidades. Otros me han buscado mientras esperan matar el tiempo con una plática amena, preferible a una aburrida espera de una cita cerca de mi domicilio; creo que tampoco éstos son verdaderos amigos, son personas que quieren esperar, no convivir, aunque ellas piensen que así matan dos pájaros de un solo tiro.
Seamos siempre buenos amigos, pero amigos de verdad, con nuestros semejantes; no finjamos el afecto en ningún momento y recordemos que es mejor dar, dar siempre en lugar de recibir o pedir. Lo que deseemos para otra persona lo estaremos deseando para nosotros porque somos uno en Dios. Lo que va, viene, no lo olvidemos. De ello tengo plena seguridad que así sucede, lo he comprobado plenamente una y otra vez. Usted, haga lo propio. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.