Durante siglos, muchos hombres hemos separado la vida del trabajo, del estudio, del negocio, de las investigaciones y de las aficiones de la fe. Todo ello ha provocado que las realidades cotidianas quedaran desvirtuadas y al margen de la luz de la redención. Al faltar esta luz, muchos han llegado a considerar al mundo como un fin en sí mismo, sin ninguna referencia a Dios. Ello ha tergiversado incluso las verdades más elementales y básicas, de modo particular, en nuestro México. Por ello es preciso corregir esa separación, porque son muchas las generaciones que se están perdiendo para Cristo y para la Iglesia en estos años. Desgraciadamente, hay que reconocer la realidad de un nuevo paganismo.
Este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier costo y por el olvido del miedo a todo lo que puede causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación y vida eterna o infierno resultan imprescindibles para muchas de las personas que desconocen el sufrimiento y su contenido como una parte importando de redención. Al haber contemplado esa realidad, muchos, quizá, comenzaron por poner a Dios entre paréntesis en algunos detalles de su vida personal, familiar y profesional; pero como Dios nos da amor, también nos pide determinación.
Los seres humanos pretenden alcanzar la realización al margen de Dios, sin darse cuenta de que se convierten en pobres criaturas perdidas de dignidad sobrenatural, con su evidente inclinación al sexo y al dinero. El mundo se queda en tinieblas si los cristianos no iluminan ni dan sentido a las realidades concretas de la vida por falta de unidad en sus vidas, ¿unidad con quién? Con Cristo y su doctrina por medio de la fe. Sabemos que la actividad en el mundo actual y la práctica de los cristianos no representan una separación, sino más bien una interiorización desde las entrañas, como la levadura dentro de la masa. El cristiano coherente con su fe es la sal que da sabor y preserva del mal; así, testimonio de ello se refleja en las tareas ordinarias que se realizan ejemplarmente. Si nosotros los cristianos viviéramos conforme a nuestra fe, realmente se produciría una revolución sin precedentes. La eficacia del testimonio depende también de cada uno de nosotros; por todo ello, medítalo bien.
Todos los hombres han sido puestos al servicio del mismo hombre, sin embargo, ocurre lo contrario si busco que los demás me sirvan, pues con ello romperé toda armonía. De ahí en adelante nuestra inteligencia queda oscurecida por errores posibles, lo cual debilita nuestra voluntad y la deja incapaz de amar profundamente lo bueno. El hombre quedó herido, con dificultad para conocer o alcanzar el bien tras romper alianza con Dios; esto trajo consigo desintegración interior e incapacidad para construir comunión con otros seres humanos. Aunque este mundo fue creado bueno por Dios para ayudarle a alcanzar un fin último, todas esas cosas materiales pueden desviarse fácilmente hacia males que separan aún más al ser humano de Dios, mientras oscurecen ese fin último verdadero. Así nacen desequilibrios injusticias u opresiones cuyo origen reside precisamente en esa separación entre la fe y la vida.