25 de Noviembre de 2024
 

Merendando con Dios

“Un niño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde Dios vive, así que preparó su maleta con pastelitos de chocolate, refrescos y emprendió el viaje. Cuando había caminado unos minutos, se encontró con una mujer anciana que estaba sentada en el parque, contemplando en silencio algunas palomas que picoteaban las migajas de pan que ella les traía todas las tardes.

            El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber uno de sus refrescos cuando notó que la anciana parecía algo hambrienta, así que le ofreció uno de sus pastelitos. Ella agradecida aceptó con una dulce sonrisa, el niño le ofreció también uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado y feliz con su nueva compañera! Tanto, que se quedó toda la tarde junto a ella comiendo y sonriendo, aunque ninguno de los dos dijo palabra alguna. Mientras oscurecía, el niño se sintió cansado y decidió regresar a su casa, después de haber dado algunos pasos, se detuvo, se dio la vuelta y corrió hacia la anciana, dándole un beso y un fuerte abrazo. Ella a cambio le regaló la más grande y hermosa sonrisa. Cuando el niño llegó a su casa, su madre se quedó sorprendida al ver la cara de felicidad del niño y le preguntó: –Hijo ¿Qué ha pasado hoy que estás tan feliz? El niño con toda naturalidad le contestó: –Es que hoy merendé con Dios. Y antes de que su madre contestara, añadió: –Y ¿sabes qué? ¡Dios tiene la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida! Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo, también vio una gran felicidad y paz en su rostro y le preguntó: –Mamá ¿Qué ha pasado hoy que estás tan feliz? La anciana reposadamente le contestó: –Estuve en el parque, merendando con Dios. Y antes de que su hijo respondiera, añadió: –Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!”.

            Frecuentemente no damos tanta importancia al poder de un abrazo, de un beso, de una sonrisa sincera, de una palabra de aliento, de un oído dispuesto a escuchar, de un cumplido honesto o del acto más pequeño de preocupación; sin embargo, todos esos pequeños detalles tienen el grandioso poder de cambiar su vida o las de los demás. En las pequeñas cosas de la vida, en los detalles sinceros y honestos, es donde está la felicidad, donde está la amistad, donde está el amor. Y donde está el amor está Dios. En los amigos, en la familia, en las personas amables y desconocidas, es donde puede buscarlo amén de la naturaleza que es su arte. Tenga paciencia, abra su corazón, sea honesto y sincero, no finja el afecto y lo encontrará. Lea, estudie, prepárese porque también ahí lo encontrará. “Cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”. Agustín de Hipona, o San Agustín, Obispo y filósofo. Dios vive en las personas sencillas, sinceras, humildes y honestas. Protege a los ruines, soberbios, arrogantes y miserables; está con ellos también porque aguarda que cambien. La reflexión anónima que hoy les presento nos habla acerca de la omnipresencia de Dios. Cualquiera que sea su idea de Él, sabe que usted existe. Está en todas partes y le protege porque usted es quien le invoca y reconoce, vive en nuestro interior. Las religiones del orbe son terrenales todas; a partir de una serie de prohibiciones, postulados, obligaciones y creencias impuestas por el hombre mismo, pretenden dirigir su conciencia pero es sólo usted quien tiene la palabra, la decisión. Un hombre de bien, de fe y esperanza no requiere tanto de aquello para agradar a los ojos de Dios, sino de su sinceridad y limpieza de corazón. Disfrutemos de su amor que nos acerca a la felicidad. Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

 

Luis Humberto.



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