25 de Noviembre de 2024
 

Panoramas de Reflexión

Un ladrillazo

“Un joven y exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su lujoso auto deportivo, sin ningún tipo de precaución. De repente, sintió un estruendoso golpe en la portezuela y se detuvo inmediatamente. Al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su automóvil.

            Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de enojo. Dio un brusco giro de 180 grados y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo hermoso que lucía su exótico auto. Salió del auto de un brinco y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado, le gritó a toda voz: –“¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto?” Y enfurecido, casi botando humo, continuó gritándole al chiquillo: –“¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! ¿Por qué hiciste eso?” –“Por favor, señor, por favor… ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer”, suplicó el chiquillo. –“Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía”. Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo mientras señalaba hacia el otro lado del auto estacionado. –“¡Es mi hermano!” Le dijo. “Se descarriló su silla de ruedas y se cayó al suelo, y no puedo levantarlo”. Sollozando preguntó al ejecutivo: –“¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está golpeado, y pesa mucho para mí solito… Soy muy pequeño”. Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó grueso el taco de saliva que se le formó en su garganta. Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo, lo sentó nuevamente en su silla y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y la sangre sobre las heridas del hermano de aquel chiquillo tan especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró al chiquillo, y este le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie. “Dios lo bendiga, señor y muchas gracias”, le dijo el niño. El hombre vio en silencio cómo se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano hasta llegar a su humilde casita. Cuentan que aquel ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto, manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo para recordarle el no ir por la vida tan distraído y tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención. Dios normalmente nos susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo para ver si le prestamos atención. Tu escoges: Escuchar el susurro o el ladrillazo”.

            Dios nos susurra a través de las aves y demás seres de la creación, en el bullicioso fragor de los ríos, en el viento que azota en las llanuras y montañas, en los plácidos atardeceres del campo. En silencio con alguien, se descubren conversaciones maravillosas que la palabra sería incapaz de pronunciar. En situaciones difíciles es cuando más debemos escuchar sus susurros, cuando más prestos debemos estar a encontrar de dónde surgen y seguir el camino adecuado a su enseñanza. La historia anónima anterior nos muestra una de tantas formas en que nos susurra, en que nos advierte donde es necesaria nuestra mano que siempre debe estar presta a ayudar. No esperemos jamás un golpe de la vida, un ladrillazo que nos despierte de nuestra arrogancia y altanería para actuar con humildad y respeto hacia los demás. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.

 

Luis Humberto.



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