Los golpes de la vida
Normalmente andamos distraídos sin ocuparnos demasiado por nuestro entorno, de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando caminamos por las calles, generalmente avanzamos descuidados de cualquier contingencia.
Igualmente lo hacemos estando en casa, la escuela o el trabajo. Tal parece que nos cuesta mucho prestar atención a todo lo que hacemos, como si fuéramos unos doctos en el ejercicio de nuestros deberes.
Nuestro egoísmo y nuestra apresurada intención de procurar el sustento diario, a menudo nos hacen perder de vista las cosas simples de la vida, muchas veces, las más hermosas, las que tienen valor, las más bellas, y desafortunadamente cuando ya no es tiempo de voltear a verlas, de percatarnos de ellas, es cuando con mucha nostalgia las recordamos. “Pero si estaban ahí, yo las tenía”, nos decimos con frecuencia pero a destiempo, ¡Ya para qué! Dios normalmente no susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que lanzarnos un fuerte golpe, un ladrillazo, a ver si le prestamos atención. Poco caemos en la cuenta que siempre es posible luchar por lo que amamos, y por qué siempre es posible empezar de nuevo.
Limpie su corazón, tire todo lo que le haga daño, recuerde que somos capaces de amar muchas veces, porque somos la manifestación de Él, del amor. Debemos evitar a toda costa esos golpes de la vida, intentando estar cada vez más atentos al amor, al cariño de nuestra familia, de nuestros semejantes. Y también más atentos a los peligros, a las trampas, a los robos y asaltos, a las extorsiones, a los secuestros y levantones, a las drogas y el narcotráfico, en que nos encontramos inmersos en esta intrincada jungla de asfalto en que nos ha tocado vivir, desprovista cada día más de verdaderos valores morales. Tomemos pues nuestras propias precauciones sin perder de vista el desarrollo espiritual propio y de los nuestros. Que difícil se ha tornado nuestra existencia pero no debe convertirse en un pretexto para dejar de luchar, de salir adelante con miras sólidas hacia el progreso. La vida es bella, valórese a sí mismo y no se deje llevar de la mano por lo superfluo y la vanidad, son malos consejeros y entorpecen su camino. Cuídese de no vestir sólo ropa y calzado de marca, es un fastidio para el espíritu. Recuerde que valemos por quienes somos, no por lo que vestimos y llevamos puesto. Todos somos iguales, las diferencias las forjan nuestro desarrollo mental y espiritual, no los atavíos y trebejos que usamos.
En verdad que nos cuesta mucho trabajo darnos verdadera cuenta de tanta valía que merecemos, que a veces son necesarios aquellos golpes y tropiezos que el destino nos impone en el camino de nuestra agitada vida, y aún ni así queremos entender; en ocasiones, parecemos acémilas, burros, empecinados en retroceder o no querer avanzar. Vivamos en paz con nosotros mismos, con nuestros hermanos, con nuestros semejantes y con Dios también, favoreciendo con beneplácito las oportunidades propias y ajenas, dando y recibiendo amor, único motor de la fe, la esperanza y la caridad en una vida tan adversa y difícil como la nuestra. Intentémoslo un poco. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto