Hace algún tiempo platiqué con un docto y buen amigo sobre agricultura y economía, que me ha dejado con la boca abierta y permitido vislumbrar un poco acerca del porqué de la precaria situación en la que se encuentra la agricultura en nuestro estado y en todo el país, a pesar de la enorme riqueza sobre la que estamos parados. Una situación verdaderamente alarmante y ya insostenible, dada la tremenda holgazanería y desidia de nosotros, la fuerte influencia norteamericana y el poder adquisitivo de nuestra moneda que cada vez pierde mayor fuerza frente al dólar.
La economía mexicana se ha empobrecido como consecuencia de trastornos sufridos en el poder adquisitivo de nuestra moneda. Estos trastornos han redundado en la destrucción del ahorro acumulado de la clase media, y las tasas altas de interés, producto de la incertidumbre respecto al valor futuro del peso. En esta difícil situación, la población concentrada en las ciudades ejerce más fuerza política que los pobres agricultores dispersos por todo México. El crecimiento de la verdadera prosperidad está en el mantenimiento del poder adquisitivo de nuestra moneda. Pero ello requiere de mucha voluntad y decisión de trabajar, aprovechando los abundantes recursos naturales con que cuenta la gente de campo. Por otra parte, para promover hoy en día negocios grandes en México, como no se ahorra lo suficiente para abastecer la demanda de inversiones, es necesario recurrir a préstamos en dólares. Al pedir prestado en dólares, el que busca el crédito necesita comprobar al acreedor que tendrá la forma de obtener los dólares que se requieren, a través del negocio que propone hacer. Dicho de otra manera, los negocios exportadores reciben créditos preferentemente. El crédito que proviene de los gringos, el más importante, no va a financiar nuestra agricultura por la simple y sencilla razón de que Estados Unidos es uno de los más importantes exportadores de productos agrícolas del mundo. Ni los bancos de Estados Unidos ni el gobierno de ese país tienen interés alguno en fomentar la competencia agrícola con nosotros. Para pagar el crédito en dólares, nuestra agricultura tendría que exportar excedentes, o cuando menos desplazar del mercado nacional a los productos americanos; una actividad que no quieren fomentar ni el gobierno ni los güeritos. En no querer fomentar la agricultura mexicana, están en lo suyo los americanos. No tienen porque alentar la competencia a su propia agricultura. ¿Pero nuestro gobierno? ¡Por favor! La culpa es nuestra por no lograr fomentar el ahorro. Esta es una de las causas del rezago de nuestra agricultura. Desde las carreteras, podemos observar a los campesinos arando sus pequeñas parcelas con burros, caballos y bueyes famélicos, o con tractores vetustos y destartalados, con arados que son los mismos que hace más de un siglo usaban. Japón nos presenta aquí un ejemplo muy interesante. El pueblo japonés es extraordinariamente unido y disciplinado. Hasta hace unos años, para el japonés el haber nacido tal era cosa de máximo orgullo. Para el japonés ninguna otra nacionalidad le llegaba a los talones. Por lo pronto, Japón aún resiste, y con una admirable solidaridad, su política apoya a la agricultura como base y fuente de la nacionalidad japonesa. Esto le cuesta al pueblo japonés. Indudablemente que podrían bajar los costos de su alimentación si se importaran productos alimenticios, de los güeros, por ejemplo. Pero los japoneses consideran que Japón sin sus agricultores ya no sería Japón. Pagan el precio, y la agricultura es protegida con celo. Ahora bien, los japoneses pueden hacer esto porque son ricos. No les importa que el arroz les cueste más. Alegan que su arroz tiene cualidades que no tiene el arroz importado. Esto probablemente sea falso, pero evita tener que esgrimir el verdadero argumento de que la agricultura forma parte integral de la cultura japonesa, y que no se puede sacrificar por nada. El nacionalismo está proscrito por los globalizadores.
Para que nosotros podamos hacer algo por nuestro hermoso país; para ver florecer su agricultura y retener en el campo a los que sólo quieren irse, necesitamos ser primero suficientemente prósperos para poder pagar el precio de proteger la agricultura. Un país de pobres, hecho de pobres, requiere ante todo comida barata. Necesitamos forjar una prosperidad sostenible; un desarrollo sustentable como ahora se dice, necesitamos eludir hasta cierto punto las presiones americanas, ejercidas por medios financieros, sobre la empresa privada y sobre el gobierno. Necesitamos la estabilidad monetaria y financiera. Después podremos derramar recursos sobre el agro mexicano, podremos protegerlo con tarifas de importación. Recordemos que abandonar el campo es abandonar la nacionalidad. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.