24 de Noviembre de 2024
 

Violencia en América Latina

 

Por: Paloma Castillo Watson.

En tiempos de aislamiento, de encierro, de constante miedo al virus conocido como COVID19, nos damos cuenta que todo se convierte en una nueva realidad, en nuestra realidad. Modalidades virtuales, nuevos estilos de vida, distanciamiento y el uso de cubrebocas es nuestra nueva normalidad. El mundo ha normalizado lo anterior para poder vivir, o, mejor dicho, para poder subsistir en un mundo similar al que vivíamos antes de la contingencia.

No obstante, después de lo previamente mencionado, uno se preguntará ¿por qué ya estamos saliendo de las casas? ¿Por qué no existe un control en el manejo de las reglas sanitarias? ¿por qué hay mucha gente que simplemente ya no ataca las ordenes? En sí, ¿por qué nuestras autoridades, nuestros dirigentes, no han logrado establecer una política eficiente para la protección de sus ciudadanos, así como garantías en temas de salubridad para sus afectados?

Ahora pongámoslo en la perspectiva de la violencia en América Latina, ¿Cuáles son las similitudes que podemos rescatar de lo anterior en retrospectiva del modo de vida que se vive en América Latina en temas de violencia? ¿será que también estamos en un proceso de normalización, pero desde hace ya mucho tiempo? ¿será que de igual forma la gente necesita de esta normalización para poder “seguir” con sus vidas? ¿será que también nos cuestionamos por qué los altos dirigentes no han logrado tomar cartas en el asunto?

Cuando mencionamos “garantías en temas de salubridad para sus afectados” ¿existirá una similitud de, en vez de enforcanos en pacientes contagiados por el virus, una similitud con víctimas de maltrato, de violencia, de abuso y de acoso? ¿Podremos detectar una similitud cunado exigimos que los funcionarios hagan algo al respecto para salir de esta situación, pero ahora en temas de abolición de los altos índices de violencia, y, asimismo, la correcta impartición de justicia en favor de las víctimas? ¿Podremos ver las similitudes?

Hago alusión a la violencia con nuestra presente pandemia, porque vivimos en la errónea mentalidad donde “si no me pasa a mí, no me pasa en lo absoluto”, y aunque este ejemplo no logra cumplir una alusión en su extensa totalidad con la violencia que se vive en nuestro continente, es una pequeña aportación para expandir nuestra mentalidad en entender como hemos aprendido a “vivir con ella” en vez de “acabar con ella”.

Hemos aprendido a “vivir con ella” a “normalizar” la violencia como algo que simplemente “pasa” y hay que “aceptarlo”. La violencia, es el mismo concepto para todos; es la violación a derechos humanos, la agresión a la integridad de una persona. La violencia es simple y sencillamente la agresión injustificada hacia el otro. ¿Cómo de ser algo que perpetua los derechos del otro, lo empezamos a normalizar y a dejar pasar en nuestra vida diaria? ¿Cómo de ser algo que agrede, ya sea física, verbal o emocionalmente, pasamos a incorporarlo en nuestra rutina como algo “normal”? ¿desde cuándo nuestro sentido humano se vio encadenado por nuevas ideologías y formas de pensar, en la que sustituye el respecto al prójimo por la ignorancia al mismo?

Son homicidios, son violaciones, son maltratos, son golpes, son inocentes y son víctimas, las que por culpa de esta “normalización” no logran llevar su duelo a los tribunales y no se les logra impartir justicia desde ahí.

Cuando hablamos de cifras, de pobreza, de cifras de desigualdad, de cifras de violencia doméstica, de homicidios, de crimen organizado, de corrupción de altos funcionarios, de corrupción en toda la extensión de su concepto, ¿qué es lo primero que pensamos al respecto? “No es novedad”

“No es novedad” que en América Latina se integre un conglomerado de países con el índice más alto de violencia y, por ende, catalogado como el continente con el mayor número de homicidios en el mundo. “No es novedad” tampoco enterarse que el índice de violencia va de manera progresiva e imparable, como “no es novedad” que esto se vincule con temas de desigualdad social, de pobreza, de incompetencia judicial y de corrupción. Simple y sencillamente, “no es novedad”.

Y ¿por qué no es novedad? Porque no se ha hecho nada para detenerlo. Porque hemos vivido en la misma realidad por mucho tiempo y no hemos visto un cambio. Porque la gente ya no tiene recursos para creer, porque la gente ya no puede creer en la idea de un “cambio”. Porque los grandes dirigentes han utilizado tanto las mimas palabras en los mismos discursos que simplemente, dichas palabras empiezan a perder significado. Porque ya la gente “aprendió a vivir con ella” porque ya la gente “vive con la violencia”.

La incapacidad de nuestros representantes, de los encargados de impartir justicia, de los alto dirigentes de nuestros países de todo el continente latino, han fallado en emprender una visión constructiva, una visión progresista, una visión a favor de los derechos humanos. Hoy en día nos sentimos invisibilizados por el mismo sistema que promueve la “visibilización” de toda la comunidad, el mismo sistema que desaprueba la opresión y el maltrato de los mismos. Pero hoy en día es ese mismo sistema que nos oculta, que nos calla y que nos ignora.

La violencia en América Latina ha sido un proceso de normalización desde hace ya mucho tiempo, pero sigue existiendo la voz de miles de personas que trabajan día con día para ser la representación de esas voces que perdieron su volumen desde hace mucho tiempo. Siguen existiendo personas que se agarran el corazón con una mano y la justicia con la otra.

América Latina, tiene miedo, pero a la vez esperanza y es esa misma esperanza la que motiva a grandes personas a exigir un cambio. Dispuestas a llevar la voz de los no escuchaos a lo más alto de las colinas. Dispuesta a llevar a los invisibilizados a los lugares donde la oscuridad ya no será un lugar al que llamen hogar. Dispuestas a quitar las anclas de América Latina y zarpar a tierras donde la justicia se vea como lo que es, un derecho y no un privilegio. El cambio empieza con nosotros y para nosotros.



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